HONDURAS: ENTRE LA PERPETUIDAD Y EL CAMBIO
Oscar Amaya Armijo
En mi país el tiempo no pasa, no deteriora nada. Todo está intacto, menos, por supuesto, la naturaleza. Todo está depredado, no queda nada de lo que fue Honduras.
Desaparecieron la floresta y los ríos. El sur y el centro son un desierto, nadie puede negarlo. El bosque del sur desapareció porque los gringos se llevaron la madera para construir el Canal de Panamá. Solo quedaron los cerros pelones, los valles erosionados y las comunidades sin agua. Al centro del país, desde hace mucho tiempo, lo depredaron los que hoy auspician la antidemocracia.
Antes, los mismos gringos habían depredado el bosque para montar, en la costa norte, los rieles por donde pasarían los trenes de las compañías bananeras, cargados de bananos.Por lo demás, en mi país el tiempo está detenido, como una lápida de cemento.
En la región de la Mosquitia, una vasta selva tropical, los habitantes viven en las mismas condiciones de vida que hace siete siglos. Han vivido, desde siempre, una cultura de la selva. La mayoría de sus habitantes aún practican la recolección, la cacería y el trueque. Se vive un aislamiento secular. El silencio es unánime, aplastante.
No existe el trasiego de ideas, salvo en los municipios que han logrado paliar la exclusión infinita. En realidad, allí, aún campea el pensamiento mágico, propio de las comunidades primitivas. Nada ha cambiado allí desde entonces.
Los departamentos o provincias del occidente y centro de Honduras, son secularmente primitivas. Allí se refugian los restos de lo que fuera la cultura lenca, son los sobrevivientes de la gran represión que sobrevino a la derrota que sufrieran los ejércitos del Cacique Lempira por parte de las huestes españolas. Era la época funesta de la conquista y posterior colonización. Ellos fueron despojados de los valles, mediante la encomienda y reducción. Perdieron su lengua materna, la religión y la comunicación, lo que les privó de mantener su cultura, a través del recurso identificatorio del leguaje. Viven al borde de la miseria espiritual y material. De aquí que, los encomenderos y reduccionistas de ayer, son los ricos terratenientes de hoy.
Desde entonces, las formas precapitalistas de producción se mantienen intactas, sin cambio alguno. Aún continúan el colonato, la medieria y la aparcería como formas de explotación propias del medioevo. Desde entonces, se expandió aquella miseria hasta hoy.
Cuando a Francisco Morazán se le ocurrió intentar cambiar esa situación en el siglo XIX, mediante la formulación de reformas en ese obsoleto aparato productivo, y cambiarlo por formas más avanzadas, las fuerzas ultra conservadoras de la colonia, ahogaron en sangre y represión aquel intento, por más de un siglo. Luego el silencio, la incultura, la incomunicación nos hundió en la oscuridad.
Sobrevivimos al letargo para entrar en otra tragedia: la instauración del enclave bananero mediante el recurso doloroso y terrible de las guerras intestinas o montoneras, protagonizado por los partidos liberal y nacional, con el auspicio de las compañías bananeras, las que se tomaron como suyas las mejores tierras ubicadas en el litoral atlántico. Antes habían boicoteado el desarrollo del enclave cafetalero mediante la imposición del minero. Las reformas impulsadas por Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, también se vinieron abajo como un castillo de barajas.Las posibilidades de un desarrollo autónomo de la economía murió en el intento, lo mismo que la configuración de un grupo de poder local con capacidad para crear, conservar y desarrollar un aparto económico político y social que nos proporcionara relativa independencia con respecto a los centro metropolitanos de poder.
Estos hechos son otras razones para asegurar que no nos hemos movido del mismo lugar, la historia esta allí, repitiendo cíclicamente los mismos acontecimientos.
No reporta cambio alguno la historia.La estadidad, la inmovilidad, el sentido de perpetuidad y el no cambio ascienden a su máxima expresión durante la dictadura del General de cerro Tiburcio Carias Andino, la represión adquiere ribetes de escándalo. Durante los 16 años de dictadura, no solo se mantuvieron intactas las formas precapitalistas de producción, sino que se fortalece el capital norteamericano, a través del enclave bananero, relegando a la nada el desarrollo económico autónomo del país. Durante el cariato no se movía una hoja. Fue la época en que se terminó de forjar un hondureño, hosco, silencioso, temeroso al cambio, sin arraigo e identidad cultural. Era la época en que uno decidía por el destierro o por el entierro, binomio mortal que causó profundas heridas, latentes hoy díaPor supuesto, no se niegan los intentos de cambio en el devenir histórico. También en la década de los cincuenta hubo intentos de desempolvar la historia.
El poderoso movimiento de los trabajadores hondureño que culminó en la Gran huelga de 1954, obligó al gobierno liberal de Ramón Villeda Morales a realizar reformas en el seno de la sociedad hondureña, pero el intento se vino a bajo cuando los militares, comandados por el General Oswaldo López Arellano, perpetraron un sangriento golpe de estado. Se profundiza, lógicamente, la inmovilidad, el desencanto y la historia vuelve a lo mismo: a la simple cronología de acontecimientos anodinos e irrelevantes.
Escasamente se observa un desarrollo en el nivel ideológico. Salvo algunos sectores de la pequeña burguesía y de los obreros que se afiliaron tardía y tímidamente a la adquisición de nuevos esquemas ideológicos para interpretar la realidad, el resto de los hondureños se mantiene analfabeta, incluso aquellos que por milagro asistieron a las aulas universitarias. Aún campean formas ideológicas propias del esclavismo y la edad media. Nunca se propuso un ideal de hombre mediante el recurso puntual de la educación.
En lo político, aquí, por ejemplo, se sataniza el ensayo de formas políticas propias de la socialdemocracia, no digamos las ideas avanzadas del socialismo, proscritas en los constructos del hondureño actual. Aquí se mantienen dos partidos políticos, el nacional y el liberal, vacíos de ideología, de principios, ni siquiera puede asegurarse que son correas de transmisión de las ideas dominantes, por que aquí el bloque de poder dominante es inculto, ultramontano y desnacionalizado, sin identidad y arraigo.
No obstante, por algunos relativos cambios en la mentalidad de ciertos hondureños es que surgen, en períodos históricos determinados, intentos de renovación signados por el rechazo y el dolor. Por su puesto, se evidencia en los sectores dominantes el imperativo estratégico de mantener el estado de cosas, así controlan para su beneficio los niveles económico, político e ideológico del modo de producción, también precariamente.
En las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, se intenta, casi a regañadientes, por parte de los sectores dominantes, modernizar los medios fundamentales de producción y se inicia un proceso de industrialización que logra su punto máximo con la maquilizacion del país. Obviamente que este proceso se centra en tres departamentos: Francisco Morazán, Cortes y Atlántida. Pasamos del enclave bananero al enclave maquilizador. Se moderniza tímidamente el aparato productivo pero se relegan el desarrollo político e ideológico. Este proceso ha sido doloroso, en el interregno se produjeron, movimientos guerrilleros, populares, una guerra con la Republica de El Salvador, seis golpes de estado, un intento de reformismo burgués, un sistema de seguridad nacional, impuesta por Estados Unidos, que reprimió a los hondureños, y un remedo de democracia representativa que se convirtió en un intento fallido. De allí, de esas escaramuzas, al silencio y la inanidad apabullantes.
Luego con el desarrollo tecnológico, y sobre todo en las telecomunicaciones, si bien es cierto ha permitido observar los avances de otros formaciones sociales y optar por nuevos modelos de vida, también es verdad que más tres generaciones de hondureños, pasaron de hombres y mujeres reflexivos a simples observadores, irreflexivos, cansinos, por obra y gracia de los monitores de televisión y la red.
Hoy somos más hoscos y aislados que ayer. Adoptamos la cultura del consumo y la indeferencia. Hoy vivimos la debacle de nuestra identidad y cultura.
En realidad, pese al desarrollo aparente, seguimos en el mismo lugar de partida, antes de la ilustración y el iluminismo, mientras que en el concierto de las otras naciones han avanzado años luz en materia de desarrollo humano, educación, ideología y ensayos políticos. Viven en consonancia con el espíritu del siglo XXI, no le temen a los nuevos paradigmas, en ningún orden.
Por ello, cuando en este marco apretado de situaciones coyunturales, de rezagos culturales e ideológicos, aparece alguien y en este caso, el presidente Manuel Zelaya Rosales, y plantea tímidas reformas, ni siquiera cambios en el aparato productivo de carácter privado que prima entre los hondureños, se organiza un proceso de satanización y rechazo que culminó con el golpe de estado y la represión, inadmisible en nuestro tiempo.
Cierto sector del bloque de poder ha arrastrado a otros hondureños a transitar por senderos abandonados por la historia por retrógrados y antihumanos. De aquí la sorpresa y la indignación que priva en la comunidad internacional.
Mucha vergüenza se padece ante el resto del planeta, cuando se trata de explicar que retrocedemos en la historia por temor a consultar, a cambiar una constitución que, según los trasnochados, es perpetua y pétrea, como los dogmas religiosos y, por ende, intocable como los capitales privados de las clases sociales dominantes.
De aquí que da pena, también, que a los hondureños se nos califique de trogloditas, garrote en mano, de espaldas a la historia y el desarrollo, afincados a ideas obsoletas y, sobretodo, rechazando mejores niveles de vida, por culpa de quiénes se volvieron potentados usufructuando el atraso.
Pero cualquiera que sea la causa de esta encrucijada, la verdad es que si no fuera por un movimiento de masas de proporciones incalculables que se opone a la vuelta del canibalismo político e ideológico, estaríamos viviendo en los propios límites de la animalidad.
*Escritor, docente universitario de arte y literatura en UNAH y UPNFM.
Obra Publicada:( Poesía) Esta Patria, este amor (1988), Esperanza Viva (1995) Perfil del Vacìo (2003). Narrativa: El prodigio de los príncipes (2008). Lingüística: El español y su metodología II
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