26/7/09

Recuerdos para mantener la vigilia

Recuerdos para mantener la vigilia.
Roberto Zapata Varela


“Puedes estar tranquila,
He aquí mis cartas de presentación:
No soy ladrón ni trafico con drogas,
Ni mucho menos tratante de blancas
O vendepatria o matón a sueldo;
Aunque pobre -pobrísimo -,
Soy luchador y poeta.”
De Esta patria, este amor…
Oscar Amaya Armijo.

Lo peor que le puede pasar a una persona es no poder o no saber sacar una enseñanza de las experiencias sufridas. Con frecuencia nos olvidamos de sucesos que de alguna manera nos signaron con un daño o perjuicio particular. Y así como con los individuos, las naciones y los grupos de individuos tienden a sepultar los recuerdos dolorosamente cargados de sufrimiento; ya que por ser particularmente dañinos, ya que por acomodo, representa una especie de lastre que dificulte nuestra vida presente.
Hace 50 años con 13 días, igual que siempre, cuando los fuegos de la aurora recién se acunaban detrás de las montañas cayó sobre esta ciudad inerme, con sed de sangre, una horda de fétidos chacales y la hacinaron de muertes. Era la culminación de una enorme campaña de desinformación y de terror, propiciada por aquellos a quienes se les había encomendado la seguridad de la sociedad, y que, con la participación solapada de los que habían vivido saboreando las mieses del poder durante el segundo lustro del siglo veinte y de los extranjeros que no estaban satisfechos por lo acontecido en la gran huelga, pretendían romper las reglas, hacerse del poder a como diera lugar; que si no había razón legal, ya inventarían cualquier norma para justificarse ante los ojos del mundo.

Quienes participamos en la defensa de la democracia de entonces, a penas púberes, aprendimos que los pueblos de América Latina andan solos en la búsqueda de una vida mejor. Ese día fuimos testigos de que los ejércitos, por lo menos en Honduras, no están a la disposición de las grandes mayorías, pues mientras se asesinaba a las gentes humildes que salieron a las calles para defender a su presidente, a su Gobierno, del intento de golpe de AVC, los militares nuestros, a la espera de que alguien ganara, descansaban en La Burrera, a los pies del aeropuerto de Toncontín, en un lugar llamado por entonces, El Bacilón. Y ochenta jóvenes que conformábamos la guardia de honor del presidente, los estudiantes universitarios, muchos profesionales civiles, los pocos soldados que habían en el Cuartel San Francisco y el pueblo pueblo, mal armados pero apasionados por un ideal, nos atrevimos a enfrentar la canalla, porque las voces de Francisco Morazán, Visitación Padilla, Francisca Velásquez, Juan Pablo Wanwrite, Manuel Cálix Herrera, Graciela García y de las mujeres soberbias que regaron con su sangre las calles de San Pedro Sula el 44, la de nuestros padres humillados, exiliados, encarcelados o muertos, sonaban en nuestros oídos con tanta fuerza que era imposible no asumir ese compromiso con la historia.

A las doce de la noche, cuando las llamas que consumían el edificio de la antigua policía se elevaba como una tea victoriosa, nosotros, a penas treinta que habíamos logrado salir indemnes y un puñado de civiles, trasladamos a más de cien presos a la penitenciaría central, y tras nuestro los “gloriosos” soldados de la patria, que por el fuego habían asumido que ya había un ganador, armaban trincheras con los cadáveres que nuestra lucha había dejado; tomaban posición de una ciudad que ya lucía victoriosa.

El ejército aprendió que a los pueblos no se les ataca de frente, ni a plena luz del día; porque ningún pueblo es cobarde cuando le toca defender sus derechos. Nosotros aprendimos que no hay coraza más fuerte que los principios, y que los ideales son el elíxir vital de la existencia humana; Villeda Morales lo había dicho en su discurso de toma de posesión: “El hombre de este país, por regla general se ha frustrado en la mitad del camino, sin haber mostrado al mundo el tesoro de sus nobles cualidades. Claro que en el hondureño se ha venido acumulando ese tesoro oculto, hasta rebasar los límites estrechos de las oligarquías sin ideas y sin ideales” Los golpistas y los poderosos oligarcas modernos tampoco tienen la base espiritual que les dé consistencia a sus hazañas.

“En esta hora actual que vivimos--seguía diciendo Pajarito-- ya no es posible ese esoterismo político de las épocas pasadas. Hay que abrir las ventanas de nuestro gobierno y dejar que el pueblo se entere y discuta con nosotros sus problemas. La política de puertas cerradas debe ceder paso a la política de puertas abiertas, porque sólo así podrá convertirse el pueblo en verdadera fuerza viva del gobierno.” Y para rematar expresaba: “La Nación es un plebiscito diario, y el mandatario estará en diálogo asiduo con el pueblo que le delegó su mandato..” Y así lo hizo mientras lo dejaron gobernar, pues, quieran o no, él era un verdadero demócrata, lástima que los hijos le salieron golpistas.

Las fuerzas armadas se mantuvieron agazapadas durante cuatro años, las presentes esperaron treinta para sacar las garras. Aquel funesto 3 de octubre fue doloroso para el pueblo que había sido maniatado, pues la experiencia les enseñó a los golpistas de aquel momento que al pueblo llano no se le puede dar el mínimo de oportunidad para su defensa; la oscuridad y la traición; el desarme total, la propaganda y la desinformación en la voz de “connotados” “periodistas”, son los instrumentos apropiados para propinar un golpe de estado. ¡Todo eso sucedió en 1963!
Por eso tengo la sensación de que este es un ensayo, por lo burdo con que actuaron estos aprendices. Nada tenían el 28 de junio que pudiera justificar un acto tal y poco es aún para justificarse, por eso nos dilatan las respuestas, nos alejan la esperanza, nos largan los días y en esto hay una confabulación de las fuerzas de siempre.

Los pueblos de América Latina deben entender que hay peligro en los grandes edificios, en las mansiones elegantes y en los estercoleros. Avisados estamos.

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