29/12/08

Queremos acciones justas, abajo los oportunismos

INDIGNACIÓN

Rebeca Becerra

El 1 de agosto de 1982 fue desaparecido mi hermano José Eduardo Becerra Lanza, estudiante de medicina que contaba solamente con 24 años de edad, una persona carismática con una memoria privilegiada, líder nato que organizó y encabezó un movimiento estudiantil sin precedentes en la historia del país. Mi hermano, Secretario General de la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras FEUH, representaba en el campo político nacional uno de los principales obstáculos para la concretización de los macabros planes imperialistas abalados y ejecutados por Roberto Suazo Córdova, Gustavo Álvarez Martínez y Oswaldo Ramos Soto en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Desde el instante en que la familia Becerra Lanza se dio cuenta de su desaparición mi padre, un hombre con una amplia experiencia en guerra de guerrillas, entrenado en Cuba (1961-1964) y uno de los fundadores del primer foco guerrillero en Honduras, el Movimiento Revolucionario Francisco Morazán, organizó a toda nuestra familia desde el más pequeño hasta el más grande y nos preguntó qué era lo que queríamos hacer y nos dio dos opciones: salir huyendo del país, como lo hicieron muchos y muchas, o quedarnos a luchar hasta la muerte por nuestro hermano José Eduardo. Sin titubeos y como caracterizaba y caracteriza a nuestra familia la unión, el respeto, la solidaridad y el amor, todos contestamos que nos quedaríamos luchando por encontrar vivo o muerto a nuestro querido hermano. De ahí en adelante todas las decisiones se tomaban en familia, de ahí en adelante mis dos pequeños hermanos Roberto (5 años) y Nora (7 años), y los mayores mi hermano Longino (21 años), Rosario (17 años) y yo (13 años) acompañamos a nuestros padres en una búsqueda de película de terror imposible borrar de nuestras mentes.

Mi padre trazó toda una estrategia de supervivencia, nos enseñó a disparar a todos y a andar armados con lo que pudiéramos, siempre lápiz y papel en mano, nos enseñó a poner trampas en la casa, a identificar a las personas que nos perseguían, a despistarlos, qué hacer en caso de ser capturados, a estar alertas de día y de noche, nos preparó para los acosos psicológicos de los que seríamos víctimas durante años (todavía es una tortura psicológica encontrarse frente a frente con los asesinos de nuestro hermano en lugares públicos de la capital), nos preparó para una guerra sucia que libramos prácticamente solos, porque fueron pocos los que nos acompañaron; al principio muchos se solidarizaron con nuestro dolor, pero después quedamos solamente con algunos amigos y familiares como mi tía Juana Paula Valladares Lanza que fue perseguida y amenazada de muerte junto a su familia, mi tío Longino Becerra a quien le pusieron una bomba en su casa, nuestra vecina y amiga de Eduardo desde la infancia Blanca Sauceda quien jamás nos dio la espalda, entre otros y otras. Cuando la situación agravó y las amenazas fueron más fuertes amigos y familiares nos cerraron la puerta en la cara por temor y con suma razón pues sus vidas corrían peligro; pocos quedaron a nuestro lado, a esos les agradeceremos toda la vida, porque también fueron amenazados de muerte por socorrernos.

Crecimos sin infancia y sin adolescencia porque no tuvimos tiempo de vivirlas, estábamos tratando de sobrevivir en medio de la indiferencia social, en medio de los asesinos, en medio de la miseria y el hambre porque todo el salario de mi padre se invertía en la búsqueda de mi hermano, en campos pagados en los periódicos, en meter demandas, en volantes para repartirlos en la calle para que la gente se diera cuenta de lo que estaba sucediendo en el país, en transporte porque en cada lugar del país donde aparecía un cadáver estábamos presentes para identificarlo.
Nosotros, unos con más conciencia del peligro que otros por nuestra corta edad, nos convertimos en la fortaleza de nuestros padres, en sus inseparables amigos porque los acompañamos a buscar cadáveres en las orillas de los ríos, los cerros, las montañas, cárceles clandestinas, cementerios, morgues; los acompañamos a citas con los culpables de las desapariciones y ver cómo se reían de nuestro dolor; estuvimos en manifestaciones, marchas, plantones; tuvimos los fusiles apretando nuestros pequeños pechos, nos pusieron una pistola en la cabeza, fuimos golpeados, insultados, despreciados, aislados socialmente porque nadie se quería acercar a nosotros y mucho menos darnos trabajo; fuimos amenazados verbalmente en la calle o por teléfono con ser desaparecidos y asesinados. Platicando con mis hermanos recordamos el día en que se llevaban secuestrada a mi madre, veníamos de realizar no sé qué trámite con mis hermanos pequeños Nora y Roberto, cuando en la plaza de Los Dolores nos acorralaron unos hombres y nos arrebataron a nuestra madre, yo quedé sola con mis hermanitos tomados de la mano sumergida en el llanto viendo cómo se llevaban a mi madre y ella diciéndonos adiós y gritándonos que nos fuéramos para la casa. Como mi padre nos había enseñado, comenzamos a gritar que éramos hermanos de Eduardo Becerra Lanza, un desaparecido político y que se llevaban a mi madre agentes de la DNI, gracias a la vida encontramos quien nos socorriera y los intimidadores se fueron dejando a mi madre a unas cuantas cuadras de nosotros; sabíamos que esto era solamente para asustarnos y que abandonáramos la búsqueda de mi hermano que ya era un caso reconocido internacionalmente.

Cuando mis padres salían a lugares lejanos a reconocer algún cadáver, para ahorrar dinero se iban solos dejándonos a mi hermana Rosario a mí encargadas de mis hermanos menores y de la casa; mis padres regresaban uno o dos días después o a veces a media noche y nosotros permanecíamos solos acorralados como presas en nuestra humilde casa a expensas de ser violadas o asesinadas.

Vimos cadáveres descuartizados, desenterramos ropas sin cuerpo, pelo, zapatos, escarbamos tumbas vacías con nuestras propias manos, vigilamos cárceles clandestinas, cuántas veces nos salvamos de ser asesinados rodando por montes, esquivando balas y asesinos. Por las noches cuando rodeaban nuestra casa (porque no nos dejaban dormir), cargaban sus armas y hablaban de entrar y asesinarnos; valientemente nos sentábamos todos en el suelo de frente a la puerta a esperar la muerte, sin una lágrima, sin titubeos. Las noches eran más tenebrosas que el día porque la presión psicológica era peor, y no sabíamos qué nos iban a hacer; pero no nos cansaron y al día siguiente teníamos la misma energía y la misma esperanza de seguir luchando.
Fuimos los primeros en nombrar públicamente a los asesinos de nuestro hermano; fuimos los primeros en demandar a los asesinos en nuestro propio país, fuimos los primeros en elevar la voz a nivel internacional y buscar protección. TODA NUESTRA LUCHA SE BASÓ EN LA JUSTICIA, LA VALENTÍA Y LA HONRADEZ. Nunca dejamos de buscar a nuestro hermano y donde vamos llevamos la verdad y la contamos, muchos no nos creen, muchos piensan que lo inventamos, que estamos locos, que el libro que escribió mi tío Longino Becerra Cuando las tarántulas atacan, es ficción; falso es, QUE TODO LO QUE VIVIMOS NO ESTÁ ESCRITO EN ESE LIBRO.
Esta tragedia tuvo sus secuelas psicológicas en todos los miembros de la familia Becerra Lanza, a tal punto que todos enfermamos de esquizofrenia, paranoia y depresión crónica, secuelas que se continúan agravando. Desde el desaparecimiento de mi hermano hemos sufrido casi en silencio. La trágica muerte de mi sobrino Eduardito y la de mi hermana Rosario, producto de todos los vejámenes e injusticias que cometieron contra una familia que solamente soñaba con el estudio, el trabajo y la superación, no hundió más en la pena y el desconsuelo, calvario que no tengo palabras para describirlo porque personalmente me consumió la vida; posteriormente la muerte de mi padre, el guía de la familia, agravada su enfermedad por tanta tragedia, acabó con su vida. Hoy sobrevive mi madre, anciana; la única mujer que tuvo el valor de enfrentarse a Álvarez Martínez, a Alexander Hernández, a Oswaldo Ramos Soto, a Juan Blas Salazar, frente a frente y les gritó asesinos en su cara en el lugar donde se los encontraba, muchas veces tomada de mi pequeña mano; cobardes, lo único que hacían era tocarse y enseñarnos la pistola; hoy mi madre tiene las mismas fuerzas y la misma esperanza, hoy espera que alguien le devuelva los huesos de su hijo para morir en paz.

Sin embargo tratamos de reír y trabajar honradamente, pero nunca, nunca dejamos de buscar a Eduardo, todavía en octubre del 2007, fuimos presos de la emoción a pesar de que sabemos que él está muerto. Mi madre vio una fotografía en un periódico nacional de un hombre parecido a mi hermano pero envejecido, la fotografía había sido tomada en el hospital Santa Rosita; nos reunimos todos para analizarla y coincidimos que los rasgos eran parecidos a los de mi hermano; pensando en que todo pudo haber sucedido durante la llamada década perdida, decidimos descartar esa duda e inmediatamente sin titubear, como mi padre nos enseñó, comenzamos a investigar; lamentablemente cuando llegamos al hospital el hombre se había escapado días antes; más de una semana duró la angustia, pues en el hospital no tenían datos completos sobre él y sus familiares, todo lo tuvimos que hacer de cero, averiguar quién era, por qué había llegado ahí, en qué condiciones, cuándo y dónde vivían sus familiares para hablar con ellos. Casi todo coincidía con el caso de mi hermano, el año en que fue ingresado, el lugar de donde provenía, sus rasgos físicos, la fecha de ingreso noviembre de 1982, la edad; la mitad de los empleados del hospital que hacía más de 25 años trabajaban ahí y que lo recibieron aseguraron que era Eduardo; sin embargo nuestro objetivo era descartar que esa persona no era mi hermano, para salir de la duda; pues en la década de los ochenta profesionales de la medicina se prestaron para avalar las torturas, mantener vivas a las víctimas para acrecentar su sufrimiento. Finalmente dimos con una hermana en una colonia de la capital, la pobre mujer vive completamente en la miseria junto a sus hijos, tiene más de 15 años de no ver a su hermano debido a la miserable condición económica, como pudimos recogimos dinero para entregárselo, y terminamos conmovidos por la historia que nos contó sobre su vida.

Este año el Sr. Presidente Manuel Zelaya Rosales ha realizado 2 shows con el sufrimiento de los familiares de los desaparecidos, uno redactando un Decreto Ejecutivo PCM-028/2008 para la creación del Programa Nacional de Reparaciones, con alevosía y ventaja, como asesinaron en los ochentas, le ha puesto nombres y apellidos; y dos poniendo la primera piedra del monumento a los desaparecidos; último hecho en el cual mis hermanos y yo nos hicimos presentes para hacer valer nuestra posición. El Presidente no comprende la magnitud del problema al cual se enfrenta, lo han hechizado las serpientes. Si quiere hacer algo por los familiares por qué no se amarra los pantalones y le da seguimiento al apartado QUINTO. MEDIDAS DE SATISFACCION numeral (3) del Acuerdo de Resolución Amistosa, emitido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que a la letra dice: "Para la búsqueda de la verdad y la aplicación de la justicia en los casos objeto de este acuerdo de solución amistosa, el Estado de Honduras, a través del Fiscal General de la República, continuará ejecutando las medidas que sean necesarias para investigar, procesar y sancionar a los responsables". Los nombres de los asesinos no son un misterio Sr. Presidente, como el paradero donde sí descansan los huesos de las y los desaparecidos, los nombres de los asesinos están en documentos, en demandas sobreseidas, en informes, en diarios nacionales e internacionales por si se quiere ilustrar.

Si bien el resarcimiento monetario es necesario de acuerdo a cada caso, porque cada caso es diferente, lejos estamos nosotros, a años luz de Berta Oliva, quien ha sabido perfectamente para que le ha servido la organización que en noviembre de 1982 fundaran unas cuantas familias de desaparecidos y desaparecidas desesperadas por encontrar a sus seres queridos, incluyendo la familia Becerra Lanza, y por iniciativa del Dr. Ramón Custodio López; otra deuda más con esta familia honesta, ya que mi padre dotó a esta organización de una visión ideológica basada en la solidaridad, la fraternidad, la hermandad, la protección a los familiares de los desaparecidos; una organización eminentemente humanitaria por lo que repudia LA GUERRA, LA CORRUPCIÓN, LA VIOLENCIA Y LA VENGANZA, entre sus objetivos están ENCONTRAR A LOS DETENIDOS DESAPARECIDOS, ALCANZAR SU LIBERTAD Y DEMANDAR JUSTICIA, no se olvide su lema: POR LA UNIDAD FAMILIAR, HASTA ENCONTRARLOS. Hoy es una organización que ya NO representa a los familiares de los detenidos-desaparecidos, ha perdido completamente sus objetivos de lucha, por qué no siguen el digno ejemplo de las madres de los desaparecidos en Argentina y Chile que no desfallecen y que aunque a pasos lentos se están obteniendo resultados para alcanzar la justicia. El COFADEH se ha convertido en un modus vivendi de unas cuantas personas. Estamos lejos, muy lejos de Milton Jiménez Puerto, Marlen Jiménez, Gilda Rivera, Suyapa Rivera, Guillermo López, etc…, pues mi hermano, José Eduardo Becerra Lanza, SÍ FUE SALVAJEMENTE TORTURADO E INHUMANAMENTE ASESINADO y murió SIN DECIR UNA SOLA PALABRA QUE COMPROMETIERA A SU FAMILIA Y/O SUS AMIGOS Y AMIGAS que hoy gozan de la vida y que seguramente lo han olvidado, no fueron cosquillas las que le hicieron. JUZGUEN USTEDES LA INDIGNACIÓN.
Si a doña Berta Oliva y al Sr. Presidente Manuel Zelaya Rosales les queda un poco de ética y moral que hagan un llamado a todas y todos los familiares de los desaparecidos y empiecen por indemnizar a las madres que aún viven antes de que mueran en la miseria; a los hermanos y hermanos que nos enfermaron para siempre, a las "esposas" y los hijos e hijas que vieron desaparecer a sus padres; porque ella (Berta) y los seis estudiantes temporalmente desaparecidos deben de ser los últimos en la lista de reparaciones.
Rebeca Becerra
Tegucigalpa 29 de diciembre de 2008
Licda. Rebeca Becerra
Directora General del Libro