"Montesquieu vive en Honduras", "Roberto Micheletti el nuevo libertador de América", "El coraje de Micheletti" y otros artículos más, sin base ni conocimiento de la realidad de bananolandia fueron más que suficientes para que los golpistas condecoraran y le dieran la ciudadanía honoraría a un reverendo desconocido de nombre Álvaro Albornoz, cuya popularidad se circunscribe al grupo golpista.
Así los golpistas de nuestro patio, dando prueba de su provincialismo, han llamado hasta "catracho venezolano" a este personaje que supo explotar muy bien la coyuntura para arremeter contra su enemigo, sin importarle realmente si el "Montesquieu catracho" o el "nuevo libertador de América" tuviera o no los méritos para ser "elevado más allá de las nubes". Él es el vivo testimonio de dos máximas muy conocidas: el papel aguanta con todo y el fin justifica los medios.
Lo invitaron como "observador" de las elecciones fantasmas de noviembre. Observador de parte por supuesto, como lo fueron la mayoría de los que llegaron a la tal farsa.
El haberse quedado sin trabajo en la Alcaldia Mayor de Caracas fue el motor para lanzar toda su pluma a favor de cualquier cosa que se le opusiera a Chávez, y nada mejor que la impreparación política del hondureño golpista. Escribió y emocionó a los grupos que querian olvidar o que ya habían olvidado quien era Roberto "Chapita" Micheletti. Un Micheletti que, antes del golpe, había sido repudiado por los mismos que hoy son sus aliados al perder las elecciones internas de su propio partido y criticado por sus posiciones durante la huelga de fiscales por las plumas que hoy escriben a favor suyo.
Desempleado, Albornoz, se dedicó en cuerpo y alma a escribir cuanta tontería se le pasara por la cabeza no importándole si reflejaba o no la verdad. Su artículo Montesquieu vive en Honduras concentra la ignorancia total que este señor tiene del país y de su vida política.
Pero eso lo tenía sin cuidado, su cometido era ganar fama entre los golpistas, aprovechándose de la crisis, y lo logró. Cuando apenas había descendido del avión que lo trajo a Tegucigalpa desde la capital venezolana el 24 de noviembre, fue llamado inmediatamente a la Casa Presidencial para recibir la mayor condecoración que Honduras concede a un civil: los golpistas, en evento transmitido por la televisión oficial, le impusieron la Orden José Cecilio del Valle, en el grado de Comendador, de manos del propio Montesquieu tropical.
Albornoz también recibió un segundo reconocimIento que lo declaraba ciudadano ilustre de Tegucigalpa, por parte del alcalde Ricardo Alvarez, que no quiso quedarse atrás pero que ahora finge tener annesia y, el Congreso golpista le otorga también "por esos méritos" la ciudadanía honoraría .
La esencia de la ignorancia se concentró en ese triste grupo que, necesitado de reconocimiento, se postraba delante de quien supo aprovechar muy bien la oportunidad. Albornoz se embolsó a esa masa acrítica gracias a un insólito arsenal: una veintena de artículos en defensa del régimen de facto de Micheletti, que fueron leídos por los golpistas con asiduidad. No importaba si reflejaban o no la realidad. Los golpistas necesitaban creer que tenían razón y Albornoz se la daba, por ello es considerado un héroe para Martha Lorena Alvarado, que de política sabe tanto como su amigo Roberto Micheletti o por Carlos López Contreras que le mandaba correos electrónicos felicitándolo.
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