25/3/10

Un editorial de diario Tiempo que vale la pena leer.

¡El precio de la deshonra!


(por JUAN ANTONIO MARTINEZ H.)

“Serás hombre si logras que se sepa la verdad que haz hallado, sin pensar en el sofisma del hombre encanallado. Serás hombre si hablas con el pueblo y guardas tu virtud”. Rudyard Kipling

Conocí al doctor Ramón Custodio López, cuando en cumplimiento de una de mis obligaciones como jefe de Publicidad de este rotativo, a principios de los años 80’s, asistí a una reunión social a donde también concurrieron los licenciados Jorge Arturo Reina y Manuel Gamero, director de TIEMPO. Interrumpí la tertulia por que se me dijo que el doctor Custodio, a la sazón, presidente del Comité de los Derechos Humanos en Honduras, deseaba concertar una publicación en nuestro Diario.

Para esa fecha, nuestro entrevistado denotaba una extraordinaria vitalidad; sus sienes apenas plateadas, sus ademanes enérgicos, su rostro adusto sin anteojos y colgando de su cuello, una gruesa cadena de oro de la que pendía una medalla dorada, ostensiblemente notada en su pecho por su camisa desabrochada.

El doctor Ramón Custodio había cobrado notoriedad por su valentía, a toda prueba, en la defensa de los desprotegidos, humillados y oprimidos por los gobiernos militares de esa época, donde la justicia era materia reservada para los poderosos y no, para los descalzos. La denuncia sistemática de Custodio, a las reiteradas violaciones de los derechos humanos, provocaba en esos tiempos, la ira de los gobernantes militares, que mantenían a su persona en una permanente vigilancia y acoso tal, que el pueblo hondureño temía por su vida.

En esas condiciones, la figura del defensor de la Ley se había convertido en una especie de ídolo, al que todos admiraban por su valentía, excepto para el gobierno militar y los grupos de poder que lo adversaban y denigraban (coincidentemente, a los mismos que hoy defiende apasionadamente) hasta la temeridad de acusarlo de agente del comunismo internacional.

Era otra época, otro escenario y otras condiciones; luego, con el devenir de nuevos tiempos y los giros que da la vida, todo cambió. El otrora valiente y justiciero doctor Ramón Custodio López se ve encumbrado en la cimera posición de Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (Conadeh), cuya selección y nombramiento de funcionario del Estado, obedece a la influencia del Congreso Nacional de la República, cuya figura creó en 1992 e incorporó en 1994 a la Constitución Nacional.

Precisamente, en el reciente informe anual, que es una de sus obligaciones remitir al Poder Legislativo, el flamante titular del Conadeh, desfigura, cínicamente, la situación caótica de los derechos humanos en nuestro país, durante y después del golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Manuel Zelaya, buscando con ello, proteger a los verdaderos culpables de esas violaciones y arroparlos con un manto de impunidad.
Como jugando a la “gallinita ciega”, el doctor Custodio no vio los asesinatos, las torturas, los asaltos sexuales, las brutales golpizas de las que no escapó ni siquiera el candidato independiente Carlos H. Reyes ni el diputado Marvin Ponce. No vio Custodio, la salvaje represión durante el Estado de Excepción, los molidos a puntapiés por las botas militares que, sofocados por los gases lacrimógenos, caían desmayados en las calles durante las protestas.

Contrastando con otros organismos defensores de los derechos humanos, tanto nacionales como internacionales, que sí denunciaron en su oportunidad estas violaciones, incluyendo a los atentados a la libertad de prensa y de locomoción, el Conadeh, es decir Custodio, no hizo absolutamente nada para defender al pueblo, como era su deber, más estaba interesado en justificar los atropellos del poder confabulado con el Golpe.

O quizás, Custodio, defiende ahora, su nuevo “status” que le confiere beneficios económicos y el disfrute de otros privilegios que hacen menos oneroso el peso de la senectud en el ocaso de la vida, cuando ya no alcanzan las fuerzas para luchar con hidalguía. Por algo, un celebre pensador de la antigüedad sentenció: “Todos los hombres tienen un precio, difícil es saber cuál es el precio de la deshonra”.

San Pedro Sula, 25 de marzo del 2010

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